
Han pasado ya varios días desde que terminaron los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro, en los que España confirmó el buen estado de forma del que gozan sus deportistas olímpicos. Diecisiete medallas: siete de oro, cuatro de plata y tres de bronce. Un balance positivo que deja ver que tenemos deporte español de élite para rato. En este artículo me quiero centrar en una de esas medallas de bronce, concretamente en la del baloncesto masculino, conseguida de manera muy sufrida ante una gran selección de Australia en el partido por el bronce.
El bronce, siendo sincero, me sabe a poco. Tal vez sea porque este equipo nos ha acostumbrado a alcanzar tales dimensiones de éxito, que el conseguir un bronce hace que mis expectativas no se terminen de cumplir. Sin embargo, soy de la opinión de que, si un equipo acostumbra a sus aficionados a ganar, es porque tiene la capacidad para estar entre los mejores de manera constante, y por tanto su obligación es la de seguir compitiendo al máximo nivel.
Esto no quiere decir que la selección española de baloncesto no haya competido al máximo nivel en estos pasados Juegos Olímpicos, donde las mejores selecciones del mundo tratan de arrebatar el trono de la dominación a Estados Unidos. No obstante, España, pese a contar con ausencias notables como las de Marc Gasol y Serge Ibaka, tenía equipo para llevarse algo más que el bronce; tenía equipo para ser esa selección que asombrase al mundo y derrotase a Estados Unidos y posteriormente se coronase campeona olímpica.
Pero bajémonos de la nube y estudiemos el por qué de este bronce. A priori, es sencillo. Las dos derrotas en los dos primeros partidos, contra Brasil y Croacia, respectivamente, nos dejó sin opciones de clasificarnos para los cuartos como primeros de grupo, y por ello nos las vimos con el "coco", Estados Unidos, en semifinales. Y claro, Estados Unidos es imbatible.
O no. O a lo mejor esa idea de que los norteamericanos son dioses invencibles la traíamos preconcebida de casa, desde que perdimos dos finales olímpicas consecutivas dándolo todo y plantando cara a las estrellas de la NBA; desde que vemos cómo cualquier selección que se enfrenta a Estados Unidos recibe una paliza humillante y queda retratada en un marcador que parece de un partido de hombres contra niños. Ese ha sido el gran fallo de actitud del baloncesto español durante la última década, el de conformarnos con perder contra Estados Unidos "por poco". Especialmente en estos juegos de Rio, en los que selecciones como Australia, Serbia y Francia, que tutearon a los estadounidenses y estuvieron cerca de ganarles (perdieron por 10, 3 y 3 en sus respectivos partidos de la fase de grupos).
No pretendo, ni mucho menos, desmerecer en absoluto a la mejor generación de la historia del baloncesto de nuestro país, pero este complejo de inferioridad respecto a Estados Unidos es, tal vez, su mayor lacra. Sí, los norteamericanos, potencia mundial del baloncesto por antonomasia, son superiores, pero ¿y si nos hubiéramos olvidado, tan solo durante 40 minutos, de esta realidad? ¿Y si hubiéramos ido a por el partido?
Por mis palabras, parece como si España hubiera jugado andando, como si no se hubiera esforzado. "Lo dieron todo, sí que fueron a por el partido", dirá más de uno. No estoy negando la actitud de nuestros jugadores, ni su ambición de ganar a Estados Unidos, ni la dificultad del partido. Simplemente propongo que España se atascó en ataque, y se conformó con ello. La defensa fue excelente, dejando a EEUU en 82 puntos, su anotación más baja en todo el torneo. En ataque, a pesar del colapso, no se probaron sistemas diferentes ni alternativas a lo convencional.

No niego la capacidad de Sergio Scariolo para ganar títulos y cumplir las expectativas de un equipo que aspira a estar en lo más alto, pero su capacidad de adaptación y de lectura de los partidos deja que desear. Se dio un protagonismo excesivo a Ricky Rubio que, situación personal aparte, volvió a confirmar que se transforma en otro jugador cuando juega con la selección española. Un jugador ineficiente, incapaz de meter un triple cuando está solo, falto de agresividad en la entrada a canasta y demasiado arriesgado en sus pases. También se otorgó un protagonismo excesivo a Juan Carlos Navarro, una leyenda que, desgraciada y por otro lado evidentemente, ha bajado su rendimiento de manera considerable a medida que ha ido envejeciendo.
Scariolo pecó de conservador y de inmovilista. No supo ver que las semifinales no fueron el partido de Felipe Reyes, y que por contra Willy Hernangómez jugó un gran partido y debió ser su apuesta para secundar a Pau Gasol en el juego interior y tratar de cortar la sangría que España sufrió en el rebote ofensivo de Estados Unidos, que no perdonó en segundas opciones. Tampoco vio que tenía en el banquillo a Álex Abrines, un tirador que habría venido de maravilla para abrir la pista y conceder más espacio a Pau Gasol en la zona. España podría haberse permitido un lujo al alcance de muy pocas selecciones: jugar con 5 jugadores tiradores de 3 puntos. Con quintetos como Chacho/Calderón - Llull/Abrines/Navarro - Rudy/Claver (a medias) - Mirotic y Pau, España habría tenido una amenaza exterior constante, un quinteto que favoreciera el movimiento de balón, las fintas de tiro de triple (dada la costumbre de los norteamericanos de saltar al tapón), las penetraciones y, en definitiva, un ciclo que alimentara la circulación exterior, en lugar de centrarse en el poste bajo y en Pau Gasol, recurso tremendamente valioso para España pero incapaz de sostener él solo al equipo ante una selección como la de Estados Unidos.

En definitiva, creo que España no supo amoldarse a las necesidades y a las circunstancias del partido, y expreso mi sentimiento de rabia porque creo que nunca nuestro equipo estuvo tan cerca de ganar a Estados Unidos, que nunca se ha enfrentado a una selección norteamericana tan "ganable", y porque es muy difícil que el oro olímpico vuelva a estar tan a tiro. La sensación que permanece es la de que España, de haber tenido un plus de intensidad e inteligencia, se habría llevado la semifinal y quién sabe si la final. En lugar de eso, nos llevamos un bronce que sabe a conformismo, a complejo de inferioridad.
(FOTOS: fiba.com)
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